lunes, 11 de julio de 2011

Eduardo Stupía. La Memoria En La Tela De Araña.

LA MEMORIA EN LA TELA DE ARAÑA[1]

Ricardo Martín-Crosa, crítico fallecido en 1993, fue un observador clave para el pensamiento estético en el arte argentino. Puso su ojo certero sobre las décadas del '60, '70 y '80 con una lúcida mirada, que entendió el movimiento de autoconciencia de la plástica en nuestro medio. Su modo de llegar fue especialmente en el encuentro directo con la obra desde una hermenéutica, a través de la cual dialogó con los mismos artistas. Testigo de ello, Eduardo Stupía.

En un artículo publicado en la revista Confirmado en 1978, Martín-Crosa analiza lo que él llama umbral estético perceptivo y que define como el grado de dificultad o facilidad con que una obra entrega sus signos. En el análisis de la obra de Stupía de esa época dice que "sus obras son ricas en composición, especies de organismos de tentáculos buscadores o sutiles filigranas." Y se sorprende cuando "todo el asombro llega después... un infinito mundo salta a las pupilas" porque Stupía había dibujado un detallado y diminuto cosmos de figuras escondido detrás de aquellos arabescos. Tejas, techos, ríos, olas, escaleras, plazas.
"Y ahí radica el interés que suscitan estos dibujos con su umbral audacísimo... se establecen dos tiempos complementarios de lectura. Y entre ellos surge una tensión que es el verdadero contenido. La fuerza creativa de este umbral estético nos ha conducido a una dialéctica entre lo que se ve y lo que realmente existe. Entre una trama y sus secretos. Entre el mundo como ordenación y el mundo como riada laberíntica. Entre apariencia y sentido"

Transcurridos treinta años y después de varias etapas y sutiles mutaciones, la obra reciente de Stupía ofrece, como antes, esa maraña de gesto expresionista que a través de la línea zigzagueante, el trazo nervioso, la acumulación exuberante, se va leyendo en grupos más oscuros o más claros, con calidades de línea que producen efectos de cercanía o distancia, de pesadez o liviandad. Esta vez, al acercarse, si se pretende hallar debajo de esa costra aquel mundo de mundos que exigía agudeza del ojo, al parecer no lo encontraremos. Y es posible preguntarse si esta estructura que se parece tanto a aquella, sigue teniendo esencialmente la misma tensión o si el tiempo ha agotado ese impulso inicial.

Pero ante la emoción que se experimenta al viajar por estos mundos, tenemos la certeza de que algo sucede.
Si se sospechase que esos grafismos entran ya, en el territorio de lo no figurativo, tendría que descartarse la representación y pensar que las distintas constelaciones y galaxias que componen esta obra hablan de sí mismas en tanto que formas significantes que se resisten a aclarar un significado y obligan a volver a ellas una y otra vez.

Pero nos atrevemos a arriesgar que Stupía realiza en su obra actual, una figuración, que nunca abandonó. En una ascensión de nivel, en una purificación espiritual, esta figuración ha renunciado a definir las figuras y lo ha hecho sin llegar a ocupar el territorio de la abstracción. Trabaja con ese límite del signo que ya había intuido en la edad temprana pero ahora no se apoya en el mundo referenciado por el autor sino que se expande y utiliza el imaginario infinito de los infinitos posibles espectadores. Las tramas se alzan como estructuras receptivas en la zona más arriesgada del umbral.

Detrás de ese umbral se siguen escondiendo figuras que se configuran y deambulan, corporizándose y desmaterializándose al entrar y salir de cada universo. Pero no son figuras anecdóticas, son figuras arquetípicas por las cuales podemos seguir preguntándonos acerca de la vida y por las cuales se estructuran nuestros actos en la vida. La tensión se ha desplazado a un territorio de misterio mayor.
Cada contemplador delante de esta trama aleatoria desata los mundos internos, que se proyectan y comienzan a vivir en esos laberintos. Se puede ver la puerta de la infancia, el espacio de juego, el callejón, esa gente que hace o esa gente que dice, aquel cuento, relato, o historia de la que nunca supimos el final, un rincón oscuro del alma, un buen recuerdo, aquella inquietud, intuición, destello. O la tensión del vacío, la violencia que se pone en evidencia a través de las ausencias.
Pero ¿dónde está todo eso?

Si aceptamos el viaje aceptemos también sus consecuencias, no cualquiera puede transportarnos al mundo de los mundos para que volvamos habiendo conocido.

Luis Espinosa


Muestra "Obras Recientes" en Galería Jorge Mara, mayo de 2008.



[1] Un juego de palabras sobre el título del artículo de Martín-Crosa " La araña y la memoria" publicado en Confirmado en 1978. De allí salen las citas.

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