lunes, 11 de julio de 2011

Alberto Méndez. En Racimo.

Redonda, lustrosa, carnosa, verde o violeta.
Delante de un racimo la particularidad se pierde y percibimos el conjunto cónico, irregular, descendente, donde cada uva es parte del patrón de textura.

En música, cluster, (racimo), nombra un tipo de acorde formado por intervalos de segunda, de tal manera que en el pentagrama los puntos negros apiñados por semitonos cuelgan como de una parra. La sonoridad es agresiva, desconcertante, no provee dirección alguna, pero bien ubicado en una composición, es desafiante, estimulante.

Ese desafío surge ante los trabajos de poesía visual de Alberto Méndez. Grandes paneles de vinilo blanco impresos con textos en negro.
"Textos" sería una forma de tratar de entender discursivamente lo que se nos presenta. Pero asistimos a la burla del esquema discursivo.

En nuestra cultura, la lógica del lenguaje ha impuesto el desarrollo lineal de una idea, palabra por palabra, de izquierda a derecha (o al revés en otros idiomas), para darle tiempo al receptor para decodificar cada signo y así reconstruir el significado.
Se aprende a leer uniendo vocal y consonante y separando rítmicamente el silabeo.
Una sílaba, otra sílaba: una palabra. Una palabra, otra palabra: una frase. Más otra frase: un texto. Un texto posee una linealidad temporal, un crecimiento con dirección y sentido.

Méndez nos enfrenta de lleno con lo inverso. Vemos un entramado irregular, una forma que invita a leerse como forma. Sus poemas son racimos, se presentan como imagen. Se recortan de un fondo y describen sus accidentes como lo haría un mapa. La lectura posible es inmediata, tiende a captarse de un solo vistazo, como unidad, se tiene una experiencia de simultaneidad.
Al reparar en los intersticios, reconocemos en su trama la forma de las letras. Estas, se disponen yuxtapuestas o levemente superpuestas para una lectura que se da sin pausas, sin respiros como si todos los fonemas pudieran sonar al mismo tiempo y donarnos su jugo. Recién allí, en el momento de mayor tensión, nos deslizamos en la esforzada lectura por entender una frase ingeniosa o que destila su toque de humor. Tal vez eso nos tranquiliza y nos hace sonreír. Pero algo se ha abierto irremediablemente en nuestra conciencia, sentimos la nostalgia de la posibilidad de haber leído el mundo en tan sólo un instante.



Luis Espinosa


Publicado en ramonaweb en abril de 2008

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