lunes, 11 de julio de 2011

Diana Dowek Incomoda.

Diana Dowek ha tomado un tema que se extiende ante nosotros ya, desde la frontalidad del título y es argumento de toda la muestra. Se propone recorrer con sus imágenes un día en la vida de una obrera de fábrica, que es a la vez delegada gremial de sus tres mil compañeros. El relato genera una secuencia con lógica fílmica y cada cuadro aparece como un fotograma extraído de un documental.

El extrañamiento delante de estas pinturas, se produce porque el espectador no termina de acomodarse frente a la imagen que se le ofrece.

Es propio del fotorreportaje, al atender a la necesidad de testimoniar el aquí y ahora con toda claridad, el plantearse un ojo crudo y directo que recorte y destaque el punto a observar, en relación dialéctica con el entorno que lo modifica y lo carga de sentido.

Pero acá estamos hablando de pintura y es propio de la pintura imaginar una ficción. Si el dibujo es el sostén de la forma en esta propuesta pictórica no hay dibujo, por lo menos estrictamente hablando. Dowek no se ha puesto a dibujar sino a componer a partir de fotografías que ha tomado de su objeto de estudio. Desde ahí, y transferidas a la tela, las tomas podrían comportarse como en el fotorreportaje y contarían una historia real. Posible de ubicar en las coordenadas de tiempo y espacio.

Pero una obra de arte no se configura por el tema sino por la forma que adquiere la presentación de ese tema. Podemos constatar que los datos que ofrecerían las fotos para definir tal ubicación han sido intervenidos, escondidos bajo un grafismo, lamidos por el vuelo del pincel. A diferencia del Hiperrealismo y del Pop que entraban en el mundo del consumo para exponer con exactitud las marcas y diseños que utilizaba el mercado poniéndolos como protagonistas, en esta pintura todo ese mundo ha sido pasado a segundo plano.  Encontramos algunos restos de tipografías, carteles borrosos en cajas, paquetes o envoltorios, que están ahí por lo que les toca de ser fotografías pero han sido transfigurados en pintura y dejan de ser un testimonio o prueba por la que pudiéramos deducir la pertenencia a un lugar concreto. (Aunque recordemos que Diana está hablando de un lugar real, con gente real)

En esa misma línea podemos leer la aparición en esta serie, de una protagonista. María Rosario. Desde el título de la muestra, se nos prometió contarnos una vida, se nos propuso encontrarla en cada situación descripta. María Rosario no es un personaje de ficción. El día de la inauguración de la muestra en el Centro Cultural Borges, estaba allí posando para las fotos junto a la pintora o dialogando con los asistentes. Protagonista, pero no una estrella, sólo un paso al primer plano. El retrato que se nos muestra de ella no pretende contar una psicología, ni siquiera es épico como para celebrar una gesta.

Con la pincelada que se mezcla con el dato fotográfico, el recorte de algunas figuras o situaciones a partir de rodearlas de un plano liso que tiende a geometrizarse, la renuncia ascética al color planteando monocromos sutilísimos, casi como susurros. El recurso del fraccionamiento rítmico de una forma, quiebres secuenciales en el punto de vista, (todo un vocabulario que Dowek ha ido extrayendo desde su fibra más íntima y se puede rastrear en su historia) nos está llevando, esta pintura, por encima de los datos de la crónica.

El nivel de la fotografía implica la certificación de realidad, esto es así, existe. Pero no le basta con quedarse en esa prueba y entonces la imagen se pictoriza, entra en los niveles de reflexión donde florece una experiencia universalizada desde esa raíz absolutamente comprobable. María Rosario no está idealizada.
María Rosario es todas las María Rosario. Una mujer es todas las mujeres. Una trabajadora es todas los trabajadores. Una fábrica, todos los lugares de trabajo. Una lucha todas las luchas. Pero sin lavarse de contenido en el montón, en el impersonalismo. Refieren a una realidad comprobada.

Y el espectador no termina de acomodarse precisamente porque el lugar no es cómodo.
Con su trabajo de pintora Diana Dowek nos hace testigos de cómo el trabajo aceitado en esa maquinaria,  reduce a la vida del hombre a la repetición automática del modelo de la máquina, aún hoy en el siglo XXI como lo era en los "Tiempos Modernos".
Pero el protagonismo de la máquina y del producto se ve ahora cuestionado por el otro protagonismo. La humanidad, desde su lugar aparentemente más débil, la mujer; desde la acción más cotidiana y silenciosa, la rutina del trabajo; es el motor más potente de cualquier cadena de producción. La que enciende la máquina. Propone la producción a al modelo del protagonista.
Muy incómodo.


Luis Espinosa


Publicado en ramona web en abril de 2008

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