domingo, 14 de junio de 2009

Antonio Seguí. La ciudad continua de Antonio Seguí.

Por Luis Espinosa



Un espacio ilimitado, rebatido, es la constante. El recurso es mantener el plano de apoyo uniforme. Sobre él, pero no apoyándose, sino yuxtaponiéndose, se despliegan o desparraman los objetos del mundo. Cada uno ocupa su lugar en el irregular damero, manteniendo el mismo esquema en las figuras y la misma y exacta proporción tanto arriba como abajo, a diestra y siniestra.
Nada se destaca en el conjunto. El hombrecito de sombrero y traje, coincide con el hombrecito de sombrero y traje, el árbol con el árbol, el perro mea el árbol, mea el árbol, la casa, el edificio, el árbol truncado, los ojos oblicuos desconfían, desconfían, los automóviles, alguna mujer alguna, pasa un aeroplano, otro automóvil.
Al llegar al borde de la tela el mismo filo se hace cargo de rebanar la cosa como venga: a la mitad. La casa, el árbol, el brazo del hombre o su cuerpo o su cabeza o el perro, persisten más allá de lo visible: inercialmente continúan. Por lo menos se sugiere, como un número periódico, una imagen infinita. Podemos intuir con certeza, qué veríamos si la tela midiese el doble o si fuera inacabable.
Cierro los ojos y sigue ese bullicio.

Sola ella


¿De dónde viene todo este repertorio? Tal vez la huella se rastree hasta la primera vez en que Antonio Seguí vio a la ciudad en Córdoba. En que llevado de la mano, con pantalones cortos se nutría de ese mundo agobiante y ponía sobre él una mirada inocente que de alguna manera lo explicaba. Y tomaba nota en su memoria de ese manojo de elementos de los que brotarían luego sus símbolos primarios.
La ciudad siempre fue agobiante. Y lo habrá confirmado luego en Buenos Aires y otra vez en París. Tal vez sin encontrar la diferencia o con la seguridad de que aquí o allá se trataba de una misma y única ciudad, de un mismo habitante urbano, de un mismo peligro.

María y los otros


Una ciudad desbocada, haciendo alarde del progreso, ubicando al hombre como engranaje sustancial de la máquina, reemplazando la tarea por el trámite, la producción por la especulación, el vecino por el contrincante.
Una multitud de seres que caminan sin rumbo, se esquivan, se agreden, se espían, se juntan y separan.
La muchedumbre, primero, tomando conciencia de la muchedumbre; después, transformados en masa, amasados, amasijados.

Ese rayito de sol


No es la mirada nostálgica de una ciudad de la infancia. Es la confirmación de que la ciudad y su amenaza permanece en el tiempo y no mide el espacio. Y el hombre se aplana y se repite, se ahoga y envilece. Y llena, inunda y anega cada rincón de la conciencia, cada rincón de la conciencia. Se satura.

El color y su estallido se despegan del clima de los años treinta, de los años cuarenta y empujan hasta las puertas del siglo XXI.
Sucesivos filtros van variando la gama y subdividen el cuadro en franjas que pueden ser el día o la noche; el frío o el calor; la bruma, la niebla o el smog; pero nos certifican que debajo de cualquier estado en que se encuentre, la ciudad permanece, crece y fluye tan veloz como inmóviles, los gestos de los personajes, dan cuenta de lo eterno, no por trascendencia sino por exacerbación de la monotonía.

Jardín tropical



Igualmente se plantea un punto de vista que todo lo abarca, que todo lo ve. Como ubicándose desde otro lugar que

permite descubrirlo todo. Ese lugar puede ser la mirada virgen de aquella infancia o la experiencia entrañable, urgida desde el exilio. De modo que es la carta la que establece el vínculo, la que cuenta la anécdota, la que grita, pide, llora y llega desde lejos. La carta que sostiene la mirada sobre la propia ciudad, la que no pertenece a un continente u otro, sino la que se lleva dentro, la que viaja con uno como un equipaje. Sobre la misma letra manuscrita de la carta, se posa la ciudad y su gente y se hacen posibles para la lectura.

Como contentos


El pibe Seguí (con sus 73 años), aunque viva en París sigue jugando en las calles del barrio, con todas las novedades del siglo en el bolsillo.
Te invita a recorrer esa ciudad continua, interminable, con la gracia de sus ojos, desde afuera del caos, y con una sonrisa. El esmerado dibujo adolescente, las jetas expresivas de la caricatura, la situación ridícula, hilarante. Las tramas escondidas de sexo, alienación o muerte se muestran allí omnipresentes para el ojo, ahora espectador atento.

Ata cabos, saca conclusiones, deduce consecuencias, arriesga hipótesis.

En la calle


Si la mirás con él desde afuera, desde esa altísima vereda de enfrente, puede que seas también con él, ese niño o esa niña que contempla y ve más allá de la apariencia.
Al menos por un rato tu conciencia dormida se despabila; se apura a encontrar un rumbo para no perderse.







Antonio Seguí. La ciudad continua de Antonio Seguí.
Durante mayo y junio de 2007 en el Centro Cultural Recoleta.
Publicado en:
www.citerea.com.ar/artepoetica/Espinosa_4.pdf
http://www.citerea.com.ar/reseniasycriticas.htm

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