En estos últimos meses los habitantes de la
Ciudad de Buenos Aires hemos asistido a una contienda silenciosa y por tan
visible, casi invisible.
En algún periódico, tal vez en la radio, se
anunció la voluntad del Gobierno de la Ciudad de regular y limitar en un
porcentaje la publicidad callejera eliminando gran parte de lo que llama,
contaminación visual urbana.
La respuesta no tardó en aparecer. Desde los
carteles en las terrazas de los edificios, los afiches en las vallas de las
obras en construcción, desde los luminosos, los iluminados, los enormes, los
pequeños, de papel o de vinilo multicolor, todos afirmaban: "Gracias a
este aviso se vacunaron tantos niños", "Gracias a este cartel se
realizó campaña solidaria" y muchas variantes más que subrayaban la
función social de la comunicación masiva.
Tal vez de ambos lados se omitió mostrar el
último interés de este forcejeo. Quién se queda con el beneficio económico de
tanta publicidad comercial, quién controla el espacio visual de la ciudad que
le da fondo permanente e influencia a la vida de millones de personas día a
día.
No cabe duda de que esta puja nos revela al
espacio público como un lugar de poder y que si la inversión para controlarlo,
defenderlo y retenerlo es tan grande aún más grande debe ser el beneficio.
En las paredes de la Barraca Vorticista, (espacio
de arte y artistas que cumple diez años de vida intensa), Juan Carlos Romero
nos invita a ver, reunidos por primera vez, los afiches que realizó durante más
de cuarenta años. Tanto los más antiguos como los más recientes aprovechan las
técnicas más básicas de impresión, utilizadas todavía por las pocas imprentas
tipográficas que hacen los carteles para las bailantas o para anuncios que
requieren baja inversión y que luego tapizan paredones perdidos, muros
abandonados o, simplemente, aparecen en la madrugada tapando un cartel del
circuito oficial.
La tipografía en distintos tamaños, alguna
línea recta dividiendo espacios, la palabra expuesta como grito, ocupando la
mayor superficie posible del papel, en negro pleno.
Se concentra un mensaje expansivo con el
mínimo de recursos. El punto cero del diseño gráfico, el fondo coloreado para
llamar la atención. Otro nivel del grito, su volumen y el eco, estarán representados
por la cantidad de carteles yuxtapuestos cubriendo las paredes y llevando al
lector a encontrarse con el mismo mensaje una y otra vez hasta que quede
resonando en él.
En su libro "Las Ciudades
Invisibles", Italo Calvino muestra cómo la ciudad se expone desde los
signos que la nombran, sin dejar que detrás de ellos la veamos realmente como
es.
"La
mirada recorre las calles como páginas escritas: la ciudad dice todo lo que
debes pensar, te hace repetir su discurso, y mientras crees que visitas Tamara,
no haces sino retener los nombres con los cuales se define a sí misma y a todas
sus partes."
Tamara es
hoy todas las ciudades en las que vivimos. La ciudad en sus ritmos: impone,
condiciona, exige, manda.
La elección de Romero de apropiarse de esta técnica
comunicacional, ubica su voz en un lugar preciso de la ciudad semiótica. La
palabra a contrapelo.
Donde uno esperaba encontrar la orden que le
indique el objeto de consumo, encuentra la frase que lo deja pensando. Cuando
el peatón era un recipiente a llenar con condicionamientos, pasa a desbordar su
propia interpretación. Cuando la publicidad jugaba a que el espectador complete
el discurso hacia la unidireccionalidad del producto, la palabra incompleta se
transforma en denuncia, en testimonio de una ausencia. Cuando el discurso es
una larga sucesión de palabras que hacia el infinito tienden al vacío, una sola
palabra se carga con toda la furia de la vitalidad.
La poesía visual llevada a la calle en el
mismo lenguaje de la calle y la calle llevada al espacio de exposición que nos
permite, en la visión del conjunto, preguntarnos cuál es nuestra posición en
este circuito vertiginoso. La ciudad,
como lugar de poder, cuestionada desde el rincón más humilde, un cartel barato
haciendo ruido en la homogeneidad del discurso.
Podemos reconstruir desde esta muestra, una
historia de intervenciones urbanas, una historia de preocupaciones, una
historia que reacciona sobre nuestra historia.
Un sólo cartel podría haberse olvidado debajo
de los miles de afiches que lo sepultaron, en el lúcido gesto de exponerlos en
conjunto aflora un saber, una reflexión y un incentivo. El arte sondeando al
hombre a través de la forma.
La lección de Romero: "... libre para decir
cualquier cosa y hacer lo que se me da la gana."
Una sola palabra, bien puesta, puede
desbaratar toda la estructura.
Luis Espinosa
Publicado en Ramona web octubre de 2008