Leía el poema “imaginaba
la flecha”, de Rodrigo Álvarez, entre otros poemas de su libro “Isla de
edición” (1). Algo allí me conmovió. Me puso en un estado de apertura
perceptiva, me llevó luego a releerlo varias veces para intentar acceder a su
secreto. ¿Qué era?
Algo sucedía allí
dentro del poema en lo íntimo de su decir, en el resplandor de su forma
orgánica.
Denise Levertov
reflexiona sobre la poesía orgánica como un
método para apercibirse basado en la intuición de un orden, de una forma más
allá de las formas, en la cual las formas participan y de la cual las obras
creativas del hombre son analogías, semblanzas y alegorías naturales. (2)
Por supuesto no se
trata de explicar el poema. Éste, tan sólo, es o no es. Únicamente puede
captarse en la lectura directa. Pero indagar las razones que llevan a que este
poema se levante con tanta fuerza sobre nuestra percepción propone un ejercicio
que pocas veces se hace, iluminando una complejidad que el propio poeta no ha
especulado sino que se configuró profundamente desde ese estar en el mundo y
traducirlo con palabras.
Transcribo el
poema para poder seguir pensando luego.
imaginaba la flecha
de un cupido esquivo
su boca reseca
y sobre el vidrio
el beso ciego
un modo de empañar la soledad,
de hallar calma
a la espera del dedo
que al rozar su boca
descifrara el texto
que sus labios mordieron
se evapora su huella en la ventana
y toma distancia
y se embriaga
y la palabra
aún sueña su himen.
Primera lectura
En principio el
poema parece encerrado al comienzo y al final por dos líneas de versos
equivalentes donde los pares flecha-palabra, imaginaba-sueña, esquivo-himen
tienden a conectarse a través del cuerpo del texto como si pudiesen abrir
surcos o canales por los que circule el sentido.
La flecha
evidentemente no da en el blanco y la palabra ha sido retenida y empuja con su
filo pero sin manifestarse.
La flecha, se
aclara, es de un cupido. Así en su tiro equívoco no llega a concretar el amor
al que parece referirse la anécdota, esa situación que hace que dos seres se
encuentren.
Los protagonistas
serían un Él y una Ella esbozados por algunos datos contextuales.
Del que imaginaba
(Él), inmediatamente sabemos que tiene su boca reseca y tiene frente a sí un
vidrio que lo separa del objeto de su deseo. El par equivalente “la boca
reseca” - “el beso ciego” sostienen entre medio al vidrio como un impedimento,
reforzado por “ciego” que completa el efecto anulando la transparencia. Se
empaña su deseo al verse frustrado por su inacción.
El beso ciego se
produce como un intento de acallar la soledad. Besar el vidrio, no a Ella.
Desde allí vuelve a pensar en la palabra que podría haber dicho pero fue
“mordida”, callada.
Tal vez esa
palabra si hubiese salido disparada desde su boca, podría haber sido
desencadenante del amor.
Inclusive imagina
la llegada de la mano de Ella hasta su boca con la ilusión de que lo no dicho
se entienda sin el esfuerzo de decirlo.
Pero ya es tarde:
la huella de Ella se pierde en el plano de proyección del vidrio que es a la
vez la barrera, el impedimento del encuentro. Ella se aleja. La oportunidad fue
sólo un instante que se ha desperdiciado.
Y toma distancia
tanto Ella de Él sin que lo sepa Ella, que sigue su camino ignorante del
suceso, como también Él de Ella que al no impulsarse a nombrarla,
definitivamente la pierde.
Y se embriaga. Poseído
por la fuerza de una pasión que no se resuelve su conciencia se aturde y
adormece. La palabra como flecha que no da en el blanco revierte a la
conciencia al estado del sueño inicial donde imaginaba. Signado ahora por la
fragilidad del himen, sinécdoque de lo que se ha perdido (Ella).
La energía
rectilínea del par flecha-palabra se desvía y debilita al entrar en
imaginaba-sueña reforzado por la intangibilidad del par esquivo-himen siendo éste
el impedimento de la membrana que antes había sido representada en el vidrio.
Acerca de la forma
Sigue Levertov: “mientras el poeta se para boquiabierto en
el templo de la vida, contemplando su experiencia, vienen a él las primeras
palabras del poema” y esas palabras atrapan o condensan la forma de lo
experimentado, de lo intuido en la contemplación. Y se configuran de tal modo
que pueden devolver la experiencia, reconstruirla en el interior del que las
lee, suscitando una experiencia análoga.
En el caso del
poema de Álvarez sucede sorprendentemente la superposición de otra forma a la
ya descripta y es a la vez la condensación de la experiencia y su más íntimo
sentido.
Segunda lectura
Por otro camino,
volviendo al principio, mientras los dos primeros versos nos ubicaron en la
línea del relato de la anécdota (el desacierto de un posible amor), que a la
vez se presenta tan esquiva como el hecho que cuenta, a continuación puede
leerse superpuesto, otro relato que apela a la experiencia del lector y éste es:
el vidrio empañado por el aliento.
Un soplo de vida
húmedo sale de la boca e impacta sobre la fría superficie que condensa el
vapor, esmerilando la transparencia. Lo hace casi por su opuesto. La boca
reseca-el beso ciego, contradictoriamente dejan su huella sobre el vidrio.
Inmediatamente,
“un modo de empañar” instala esa realidad evidente.
Los versos que
siguen denotando conciencia de la soledad, tratan de llenar ese vacío percibido
y se extienden por cinco renglones explicativos de algo que no sucede. Podría
haber sido lo que no es. Mientras el halo empañado tiende a desaparecer, la
descripción del dedo que podría escribir sobre él intenta retardar y retener
ese momento infructuosamente.
La consecuencia de
esta comprobación es explícita: “se evapora su huella en la ventana”
sucede con la
rapidez con que mil veces hemos visto reducirse el halo del aliento sobre una fría
superficie vítrea.
Lectura única
La convivencia e
interdependencia de las dos formas imbricadas genera la forma que captamos al
entrar en el poema. Por un lado captamos la simpleza de la evaporación del halo
de aliento sobre el vidrio y sobre esa experiencia tratamos de reconstruir los
fragmentos de esa historia apenas contada.
O entramos por la
reconstrucción azarosa de los hechos uniendo indicios y es el ritmo del vidrio
empañado, su círculo que se va cerrando, el que enmarca el tono emocional del
poema.
Es una lectura
unificada, indivisible, que superpone las dos experiencias entrelazadas
reforzando el sentido general.
El resultado es
que lo fugaz se nos da fugaz, lo evanescente se nos da evanescente y queda en
nosotros la nostalgia de lo que apenas hemos percibido.
Lic. Luis Espinosa, julio de 2012
1- Álvarez,
Rodrigo. Isla de edición. Buenos Aires: Paradiso, 2011.
2- Los textos de
Denise Levertov “Sobre la forma orgánica” fueron tomados del Diario de Poesía
n°57, abril de 2001, traducción Jacqui Behrend.