jueves, 5 de julio de 2012

Pensando un poema de Rodrigo Álvarez


Leía el poema “imaginaba la flecha”, de Rodrigo Álvarez, entre otros poemas de su libro “Isla de edición” (1). Algo allí me conmovió. Me puso en un estado de apertura perceptiva, me llevó luego a releerlo varias veces para intentar acceder a su secreto. ¿Qué era?
Algo sucedía allí dentro del poema en lo íntimo de su decir, en el resplandor de su forma orgánica.
Denise Levertov reflexiona sobre la poesía orgánica como un método para apercibirse basado en la intuición de un orden, de una forma más allá de las formas, en la cual las formas participan y de la cual las obras creativas del hombre son analogías, semblanzas y alegorías naturales. (2)
Por supuesto no se trata de explicar el poema. Éste, tan sólo, es o no es. Únicamente puede captarse en la lectura directa. Pero indagar las razones que llevan a que este poema se levante con tanta fuerza sobre nuestra percepción propone un ejercicio que pocas veces se hace, iluminando una complejidad que el propio poeta no ha especulado sino que se configuró profundamente desde ese estar en el mundo y traducirlo con palabras.

Transcribo el poema para poder seguir pensando luego.




imaginaba la flecha
de un cupido esquivo

su boca reseca
y sobre el vidrio
el beso ciego

un modo de empañar la soledad,
de hallar calma
a la espera del dedo
que al rozar su boca
descifrara el texto
que sus labios mordieron

se evapora su huella en la ventana
y toma distancia
y se embriaga

y la palabra
aún sueña su himen.






Primera lectura

En principio el poema parece encerrado al comienzo y al final por dos líneas de versos equivalentes donde los pares flecha-palabra, imaginaba-sueña, esquivo-himen tienden a conectarse a través del cuerpo del texto como si pudiesen abrir surcos o canales por los que circule el sentido.
La flecha evidentemente no da en el blanco y la palabra ha sido retenida y empuja con su filo pero sin manifestarse.
La flecha, se aclara, es de un cupido. Así en su tiro equívoco no llega a concretar el amor al que parece referirse la anécdota, esa situación que hace que dos seres se encuentren.

Los protagonistas serían un Él y una Ella esbozados por algunos datos contextuales.
Del que imaginaba (Él), inmediatamente sabemos que tiene su boca reseca y tiene frente a sí un vidrio que lo separa del objeto de su deseo. El par equivalente “la boca reseca” - “el beso ciego” sostienen entre medio al vidrio como un impedimento, reforzado por “ciego” que completa el efecto anulando la transparencia. Se empaña su deseo al verse frustrado por su inacción.

El beso ciego se produce como un intento de acallar la soledad. Besar el vidrio, no a Ella. Desde allí vuelve a pensar en la palabra que podría haber dicho pero fue “mordida”, callada.
Tal vez esa palabra si hubiese salido disparada desde su boca, podría haber sido desencadenante del amor.
Inclusive imagina la llegada de la mano de Ella hasta su boca con la ilusión de que lo no dicho se entienda sin el esfuerzo de decirlo.

Pero ya es tarde: la huella de Ella se pierde en el plano de proyección del vidrio que es a la vez la barrera, el impedimento del encuentro. Ella se aleja. La oportunidad fue sólo un instante que se ha desperdiciado.

Y toma distancia tanto Ella de Él sin que lo sepa Ella, que sigue su camino ignorante del suceso, como también Él de Ella que al no impulsarse a nombrarla, definitivamente la pierde.
Y se embriaga. Poseído por la fuerza de una pasión que no se resuelve su conciencia se aturde y adormece. La palabra como flecha que no da en el blanco revierte a la conciencia al estado del sueño inicial donde imaginaba. Signado ahora por la fragilidad del himen, sinécdoque de lo que se ha perdido (Ella).

La energía rectilínea del par flecha-palabra se desvía y debilita al entrar en imaginaba-sueña reforzado por la intangibilidad del par esquivo-himen siendo éste el impedimento de la membrana que antes había sido representada en el vidrio.


Acerca de la forma

Sigue Levertov: “mientras el poeta se para boquiabierto en el templo de la vida, contemplando su experiencia, vienen a él las primeras palabras del poema” y esas palabras atrapan o condensan la forma de lo experimentado, de lo intuido en la contemplación. Y se configuran de tal modo que pueden devolver la experiencia, reconstruirla en el interior del que las lee, suscitando una experiencia análoga.
En el caso del poema de Álvarez sucede sorprendentemente la superposición de otra forma a la ya descripta y es a la vez la condensación de la experiencia y su más íntimo sentido.


Segunda lectura

Por otro camino, volviendo al principio, mientras los dos primeros versos nos ubicaron en la línea del relato de la anécdota (el desacierto de un posible amor), que a la vez se presenta tan esquiva como el hecho que cuenta, a continuación puede leerse superpuesto, otro relato que apela a la experiencia del lector y éste es: el vidrio empañado por el aliento.

Un soplo de vida húmedo sale de la boca e impacta sobre la fría superficie que condensa el vapor, esmerilando la transparencia. Lo hace casi por su opuesto. La boca reseca-el beso ciego, contradictoriamente dejan su huella sobre el vidrio.
Inmediatamente, “un modo de empañar” instala esa realidad evidente.

Los versos que siguen denotando conciencia de la soledad, tratan de llenar ese vacío percibido y se extienden por cinco renglones explicativos de algo que no sucede. Podría haber sido lo que no es. Mientras el halo empañado tiende a desaparecer, la descripción del dedo que podría escribir sobre él intenta retardar y retener ese momento infructuosamente.

La consecuencia de esta comprobación es explícita: “se evapora su huella en la ventana”
sucede con la rapidez con que mil veces hemos visto reducirse el halo del aliento sobre una fría superficie vítrea.


Lectura única

La convivencia e interdependencia de las dos formas imbricadas genera la forma que captamos al entrar en el poema. Por un lado captamos la simpleza de la evaporación del halo de aliento sobre el vidrio y sobre esa experiencia tratamos de reconstruir los fragmentos de esa historia apenas contada.

O entramos por la reconstrucción azarosa de los hechos uniendo indicios y es el ritmo del vidrio empañado, su círculo que se va cerrando, el que enmarca el tono emocional del poema.

Es una lectura unificada, indivisible, que superpone las dos experiencias entrelazadas reforzando el sentido general.

El resultado es que lo fugaz se nos da fugaz, lo evanescente se nos da evanescente y queda en nosotros la nostalgia de lo que apenas hemos percibido.


Lic. Luis Espinosa, julio de 2012


1- Álvarez, Rodrigo. Isla de edición. Buenos Aires: Paradiso, 2011.

2- Los textos de Denise Levertov “Sobre la forma orgánica” fueron tomados del Diario de Poesía n°57, abril de 2001, traducción Jacqui Behrend.


1 comentario:

  1. Estimado Luis: y en tu nombre me remonto al de mi propio padre Luis Espinosa, con extraño parecido a tus retratos. Leí el poema, muy bueno, leí tus reflexiones y se me ocurrió un comentario y si el vidrio es el cristal que recubre la cara de la mujer muerta en su ataúd. No sé, me apareció esa imagen. Saludos. Me gustó tu obra. De Espinosa a Espinosa, seremos más que bloggers en el ciber espacio?

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